Siempre
han existido lo que yo llamo “bandas de garaje”. Un grupo de tres
o cuatro amigos aficionados a la música que saben tocar, mejor o
peor, algo con la guitarra, el bajo y la batería. Que sueñan
ilusionados con llegar a ser conocidos. Que le dedican tiempo a
ensayar y a crear sus propias letras. Y que con un poco de suerte
actúan en pequeños pubs o bares con la esperanza de triunfar algún
día. Aunque parezca mentira, grandes grupos internacionales como los
Rolling Stones, U2, AC/DC o los Red Hot Chili Peppers y la una gran
mayoría de las formaciones surgidas durante la movida madrileña en
España, crecieron siguiendo esta fórmula. Pero no nos engañemos,
hoy en día es casi imposible llegar a la fama de esta manera.
Ya
no hacen falta horas y horas de trabajo para componer, ni pasarse la
noche creando letras para tus canciones en una esquina de tu
habitación. Ya no hay sentimiento ni esfuerzo. Una cara bonita, un
ritmo pegadizo y un estribillo con alusiones al sexo venden más que
cualquier banda de “heavys guarros” que gritan al micro con el
pelo largo, pulseras de pinchos a juego con su camiseta negra y algún
que otro puñado más de tópicos y estereotipos.
¿Quieres
ser conocido? Tira tu guitarra; bájate una base de internet, porque,
reconozcámoslo, todas estas canciones suenan exactamente igual; y
entona una letra ridícula que tenga como protagonistas el amor, la
fiesta y el sexo, robotizada con algún programa informático para
que no se note cantas de pena. Y si no estás por la labor, puedes
cuidar tu imagen y presentarte a un programa musical –eso de
musical, entre muchas comillas- poniendo cara de inocente y guiñando
ojitos para que te compongan las letras y en poco tiempo tengas a un
ejército de fans fieles como perros.
En
estos años si no tienes una productora detrás es casi imposible que
llegues a ser alguien. Y las productoras solo te amparan si saben que
van a vender, lo único que importa es ganar dinero. La música ha
muerto. Ha sido sustituida por ritmos repetitivos y frases vacías y
por pseudocantantes que no son más que imagen, una marca más, como
cualquier otro producto.
Por
si fuera poco, muchos de estos artistas ni si quiera tienen formación
musical. Las productoras les ceden a una serie de músicos y
compositores experimentados que les hacen todo el trabajado y que, en
muchos casos, pertenecieron a esas bandas de garaje que no pudieron
triunfar porque, un producto encabezado por una cara bonita, una
fábrica de dinero, se los volvió a comer.
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