viernes, 12 de febrero de 2016

Autobus urbano, sobre las diez de la noche

Ayer, fue el cumpleaños de un amigo que vive, aproximadamente, a tomar por el culo de mi. Para celebrarlo y esas cosas que se suelen hacer cuando uno cumple años, nos invitó a su casa. Como me gusta menos andar que madrugar, y además no me conozco muy bien Zaragoza, cogí el bus. El 24 concretamente, uno de esos con esa especie de muelle en medio para que le sea más fácil girar. Me quedé en la parte delantera, de pie, ya que entonces no quedaba ningún hueco. Conforme se fue despejando el autobús, se quedaron libres los típicos asientos reservados para personas mayores o embarazadas, y en vez de sentarme, quise dejarlo libre para su legítimo dueño. Total, que a los dos minutos para el bus y sube el típico abuelete con bastón y boina, ese que se deja el puro a medio fumar metido a un lado de la boca y dice cosas como "vosotros habéis tenido todo, que nosotros hemos pasado mucha de esta" mientras se lleva la mano a la boca. Y el hombre, muy valiente por su parte, se queda mirando el asiento con desprecio, apoyado en su bastón y poniendo caras raras, desafiantes, como diciendo "No. Todavía no", como queriendo sentirse fuerte, pensando "Ya puede llegar la muerte. Pero me pillará sentado." Un auténtico Braveheart de la España más rústica. Así que yo, vago de mi, cansado de estar de pie, le pregunté amablemente si se iba a sentar, y después de escuchar un "No maño, no", lo ocupé.

Dicen que somos la generación mejor preparada de la historia

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